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Robben, torpe y genial

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Arjen Robben iba catapultado para convertirse en el niño burbuja del fútbol europeo, una especie de Prosinecki con la cara de un bebé malencarado o de un viejo cascarrabias, que son dos extremos que se tocan, y sobre todo en el rostro de Robben. Prosinecki y Robben se quedaron para siempre con cara de rotura de ligamento.

Una estadística célebre nos dice que Robben se lesionaba cada cinco partidos y que se perdió el 40% de la competición cuando jugaba en el Madrid. En Madrid solo pudo convertirse en el ídolo de quienes sueñan con estar siempre de baja para no ir a trabajar. Y poca cosa más.

Pero luego se marchó al Bayern y todo cambió. Desconozco las razones por las que el rendimiento de un jugador puede cambiar tantísimo en otro escenario, si será un milagro de la preparación física o un milagro de la autoconfianza. Quizás hizo la pretemporada en el interior de una mina para endurecerse, como Zoolander al juntarse con su familia, pero la cuestión es que ahora resiste como un carbonero de la cuenca del Ruhr.

Robben celebrando (Getty Images).

Robben celebrando (Getty Images).

Aún tenía una cuenta pendiente: sus piernas finas de boy scout se anudaban al ver de cerca la cara al portero.

Pero Robben superó al fin su incompetencia en esta final de la Champions, y ocurrió de la mejor manera posible. Pudo haber sido arrancando desde la línea de banda, recorriendo la frontal como en un anuncio de afeitado, sorteando rivales, con un disparo expelido por una bota con mirilla, que es su gol franquicia, el mismo que marcó el día en que enterramos a mi abuelo y nos refugiamos en un bar para protegernos del frío castellano en enero, ese frío que rebana orejas y que parece salir de la tierra, un gol que sirvió para aliviar un poco aquella tensión.

Pero esta vez no fue así, sino en un mano a mano, su gran asigntura pendiente, con un golpeo sutil, que parecía errado, que salió después de haber recorrido todo el interior de la bota, desde la puntera al tacón, y que entró en la portería como una lágrima, de alegría o de tristeza, según el lado del campo desde el que se observara.

Robben es un jugador que acostumbra a hacernos contener la respiración, y eso me parece un estupendo atributo para un delantero. Luego, es un jugador que goza de muchas oportunidades a solas con el portero, sinónimo de rapidez y también de virtud para delanteros. En cambio, suele fallar mucho, sufre un achicamiento inexplicable en la última décima de segundo, que se le cae encima y le aplasta. Muchos contaban la historia de Robben en clave de comedia, y ahora la cuentan como una historia de superación. A mí Robben me sigue pareciendo un gran delantero con carencias, antes y después de la final.

Escribía Juanma Trueba que “el zurdo es propenso a la genialidad o a la torpeza recalcitrante”. Robben juega al fútbol solo con una pierna, su zurda, que vale por dos zurdas, y quizás por eso sea genio y torpe al mismo tiempo.


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